El libro de Umberto Eco que se esconde bajo el título «Apocalipticos e integrados» tiene ya más de 40 años. Sin embargo, aún sigue muy vivo en nuestros días el debate ético entre quienes encuentran la tecnología y la cultura actual el origen de todos los males (los apolalipticos) y los que prefieren vivir sin preocupaciones los avances tecnológicos (los integrados). Aunque esta lucha sigue vigente, podemos decir que ahora ya todos usamos la tecnología por mucho que reneguemos de ella.
Que se lo digan a los nativos digitales, prácticamente nacen sabiendo cómo desbloquear un Ipad o subir una foto a Facebook, pero aún les falta una educación en valores que les enseñe las implicaciones de esos usos. Saber manipular un dispositivo, conocer de memoria qué pestaña activa cada función o qué entresijos esconde no es lo mismo que saber cómo usarlo, qué implicaciones tiene lo que se hace con él o qué consecuencias.
La relación del tecnología y el poder
Los riesgos de la tecnología también están relacionados con la importancia que han alcanzado. Ahora el mayor dilema tecnológico es qué hacer con el hecho de que el Silicon Valley tenga demasiado poder económico y político. Lo que señalan los expertos es que lo más importante es acabar con el monolopolio, sin embargo, si tenemos en cuenta que Google tiene el 88% de la publicidad en búsquedas, Facebook posee el 77% del tráfico en las redes sociales en móviles y Amazon tiene una cuota de mercado del 74% en el mercado de libros electrónicos (y quizá pronto domine el de los alimentos), esto se vuelve muy complicado. Como consumidores lo único que podemos hacer es conocer estas cifras y saber que nuestros datos personales son los bienes más preciados, así que tendremos que guardarnos de regalarnos siempre que podamos.
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¿Morirán nuestras redes sociales con nosotros?
Una pregunta inquietante y que tiene mucho que ver con estos datos personales es saber qué ocurre con las cuentas de Facebook, Instagram, Linkedin y resto de redes que usamos cuando morimos. Normalmente morir no es sinónimo de desaparecer (en el mundo de Internet), por eso si queremos que se oculte nuestra «huella digital» tendremos que dejar algunos cavos atados antes. Como opciones los familiares pueden pedir directamente que se cierre la cuenta o bien dejar una a modo conmemorativo en la que se pueden hacer comentarios.
Está visto que las tecnologías han inundado nuestra vida (y nuestra muerte) y disfrutar de sus beneficios debe hacernos pensar también en sus riesgos.