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No habrá trabajo sin tecnología, ni tecnología sin personas

Es una realidad latente y preocupante. Las empresas tecnológicas no encuentran los perfiles adecuados para cubrir sus ofertas de empleo. Estos datos se recogen por ejemplo en la última encuesta realizada hace solo unos meses por la patronal DigitalES entre sus asociados, líderes en el sector. La falta de cualificación para satisfacer la demanda de empleo es algo generalizado en todos los países, tal y como ya señaló la UE el año pasado en un estudio donde dice que «en Europa hay 900.000 puestos de trabajo que no se pueden cubrir por falta de cualificación de los trabajadores». En España, según esta misma fuente, una de cada cuatro empresas «tiene dificultades para encontrar a los candidatos adecuados».

Esta incertidumbre en el mundo laboral se acrecienta cuando pensamos en el futuro que se presenta ante nosotros. La preocupación ya no es solo que las empresas no encuentren a los trabajadores que se requieren, sino que estos puedan ser sustituidos directamente por máquinas. Si en 1970 el sector industrial empleaba unos mil robots, hoy a más de 1.600 millones, y creciendo. Las previsiones apuntan que la automatización inteligente eliminará entre un 38% y un 50% de las tareas que hoy definimos como trabajos. Esto se debe en gran medida a que los algoritmos aprenden a hacer cada vez más cosas y a hacerlas, además, con más eficiencia en todos los sentidos, es decir, con menor coste, más velocidad y menos errores. El dilema sobre el trabajo está sobre la mesa: tal y como señala el experto en tecnología Enrique Dans en su propio blog, «parece claro que las sociedades del futuro tendrán que repensar y replantear completamente el concepto de trabajo si pretenden generar un panorama mínimamente sostenible en el tiempo».

Ahora bien, si esta realidad asusta y nos plantea retos, no podemos dejar de pensarla al mismo tiempo como inevitable y deseable, y es que como señala Dans tampoco estamos ante un fenómeno nuevo, «la rueda, el telar, el tractor o las neveras dejaron sin trabajo a muchas personas, pero posibilitaron nuevos modelos económicos que terminaron dando trabajo a muchas más». Para acercarnos a este realidad con más calma lo sensato es verlo no tanto como una sustitución de personas por máquinas, sino como una reconversión de las tareas humanas. En este sentido Alberto González, profesor de Tecnologías de la Sociedad de la Información, ve necesario llevar a cabo «políticas activas para, primero, operar sobre los percentiles de la población activa que, por tipo de ocupación y nivel formativo, están en mayor riesgo de quedar desplazados del mercado laboral; segundo, reforzar los incentivos dentro de las empresas para ejecutar programas de recapacitación de perfiles que permitan acelerar en vez de procrastinar la transformación tecnológica; y, finalmente, alinear el sistema educativo con una estrategia de reconversión específica para cada sector de actividad».

Yendo un paso más allá, hace algún tiempo que desde el ámbito teórico se intenta responder a la pregunta ¿Estamos ante el final del trabajo asalariado? Ya en 1930 John Maynard Keynes se aventuró a profetizar que a principios del siglo XXI viviríamos en una sociedad de ocio y abundancia en la que no trabajaríamos más de 15 horas semanales. Hoy en día, en la mayor parte de los países desarrollados se trabaja unas 40 a la semana, 20 o incluso 30 horas menos que en el siglo XIX, pero lejos de aquella utopía. Sin embargo, el debate sigue en auge, años después Jeremy Rifkin publicó el ensayo El fin del trabajo, una obra que sentó las bases de las 35 horas semanales, mientras Rutger Bregman reclamaba una renta básica universal para que todo el mundo pudiera trabajar sólo en lo que quisiera trabajar.

Actualmente, una de las tesis más importantes es la del escritor canadiense Nick Srnicek, que escribió, junto a Alex Williams, Inventar el futuro: postcapitalismo y un mundo sin trabajo. En la sociedad que imagina la tecnología nos liberará del dichoso horario de oficina pero también nos obligará a redefinirnos. En sus palabras:»la eliminación completa del trabajo es imposible, lo que realmente buscamos es limitar el trabajo a lo que es necesario para nuestra existencia básica. Siempre habrá algo de trabajo que deba hacerse, ya sea por los límites técnicos de la automatización, o por los límites morales sobre el trabajo que queramos delegar en las máquinas. Pero en un mundo ideal, todos compartiríamos en igualdad de condiciones este trabajo restante». Srnicek asegura que la sustitución de la fuerza de trabajo humano por las máquinas debería acelerarse y ser un proyecto político abanderado por la izquierda. Construir un mundo «postrabajo», pasa ineludiblemente por derrotar la ética del trabajo, pues el tiempo libre es una condición esencial para la libertad.

Lo que se viene a decir es que al fin y al cabo pronosticar el final del trabajo no debería ser motivo de tanta preocupación.

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